La Ausencia Del Libro

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La ausencia del libro Nietzsche y la escritura fragmentaria Maurice Blanchot Ediciones Caldén, Buenos Aires, 1973 Colección El hombre y su mundo, 12 dirigida por Oscar del Barco L’absence du livre apareció en la revista L’Ephémère, Nº10, París, y fue traducido por Alberto Drazul Nietzsche y la escritura fragmentaria fue tomado de la revista Eco, de Bogotá. La paginación se corresponde con la edición impresa. Se han eliminado las páginas en blanco. LEER BLANCHOT La lectura de estos dos textos presupone, por lo menos, la lectura de El espacio literario y de El libro que vendrá, ambos editados en español. Blanchot no abandona sus “temas” sino que vuelve a ellos desde otro círculo. Su pensamiento rechaza la línea recta. El círculo presupone estar en lo mismo pero de manera distinta, presupone volver al punto de partida pero sabiendo que no hay un punto de partida, que todo comienza a cada instante; la línea recta presupone un origen y un fin, una superación del pasado hacia un futuro pleno; en tanto que el círculo avanza, cada punto es una plenitud, por lo tanto un olvido, una supresión, cada punto contempla todo, pero a su vez, en el vértice de la paradoja, nunca se cierra: en un lenguaje aproximado al de Blanchot podríamos decir que se trata de una ausencia de círculo. Y no es una imagen. También la recta es una ausencia, pues jamás puede alcanzarse, pero se la alcanza mediante lo propiamente ideológico: el origen y el fin no existen, se los inventa; la crítica apunta a los soportes de una concepción lineal; tampoco el círculo puede alcanzarse, cerrarse, pero la concepción circular corrompe, destruye la metafísica de la linearidad. La “obra” de Blanchot es una repetición constante de lo mismo. Sus “novelas”, sus trabajos de crítica, su filosofía, no tienen diferencia: el Espacio literario es otra forma de L’attente l’oubli, y L’attente l’oubli es una forma de El 7 libro que vendrá o de Thomas l’obscur o de L’arrêt de mort o de Sade y Lautréamont... Podríamos decir que se trata de una meditación acerca del lenguaje, o, para ser más exacto, de un cuestionamiento del lenguaje sobre sí mismo: es el lenguaje —y a este nivel de generalidad podremos hablar de escritura— quien se interroga. Esta aseveración es oscura, pero no podemos dejar de atenernos a ella. Presupone las condiciones que la hacen posibles. No hay otra forma de acercarse a Blanchot sino mediante el pensamiento del lenguaje —escritura— (lo cual no sólo significa que nos encontramos frente a una obra de lenguaje, sino toda la crítica al discurso occidental implícito en el reconocimiento del lenguaje–escritura). Michel Foucault, en su ensayo sobre Blanchot (titulado: “El pensamiento del afuera”, lo que equivale a marcar el descentramiento del sujeto o muerte del hombre [recién ahora sabemos que la “muerte de Dios” hegeliana es la muerte del hombre, porque Dios era el hombre]: crítica de todo humanismo), dice que el “Yo hablo” “pone en peligro toda la ficción moderna”. Leamos: “Si bien la posición formal del ‘yo hablo’ no plantea ningún problema que le sea propio, su sentido, pese a su aparente claridad, obra sobre un dominio de problemas que tal vez sea ilimitado. En efecto, ‘yo hablo’ se refiere a un discurso que ofreciéndole un objeto le serviría de soporte. Ahora bien, este discurso falta; el ‘yo hablo’ sólo encuentra su soberanía en la ausencia de todo otro lenguaje, el discurso del cual hablo no preexiste a la desnudez enunciada en el momento cuando digo ‘yo hablo’; y desaparece en el mismo instante en que callo. Toda posibilidad de lenguaje está, aquí, agostada por la transitividad donde se cumple. La rodea el desierto. ¿En qué extrema delicadeza, en qué cima singular y sostenida se recogerá un lenguaje que ha de querer recobrarse en la forma despojada del ‘yo hablo’? A menos, precisamente, que el vacío donde se manifiesta la finez