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LA OTRA LIBERTAD gl avión picó bajo, como si hubiera perdido el control . fuera a estrellarse. La mujer había salido corriendo por la carretera, arrastrando consigo a las dos niñas. Desde el avión las habían visto. Descendieron más, hasta casi rozarles las cabezas, y empezó otra vez el fuego. La niña mayor fue la primera en caer; pero la mujer siguió arrastrándola, a pesar de que las balas también la habían tocado. Hasta que sintió cómo se le zafaba de la mano; porque algo resbaloso se oponía a la presión y se la arrebataba. Siguió corriendo, con los dos brazos extendidos, como si llevara a las dos niñas con ella, hasta unos metros más, en que cayó también. La niña menor quedó a su lado, intentando vanamente levantarla. Y profirió gritos de terror, encogiendo el cuerpeciro y mirando al cielo, cuando el avión cruzó nuevamente sobre ella, como si quisiera meterle miedo. Entonces la niña empezó a ver cómo el cielo se llenaba de hombres suspendidos por telas hinchadas como globos, atados por hilos... Parecían muñecos que Dios le enviaba por haber perdido a su muñeca en la casa incendiada. Quiso despertar a la madre, para que viera el regalo del cielo. Pero la madre no le respondía y tenía u n hueco enorme abierto en u n costado por donde salía mucha sangre. Cogió miedo y corrió hasta el cuerpo de la hermanita. Pero su hermanita tampoco quiso despertarse para ver los muñecos que estaban cayendo... Levantó la vista y otra vez el cielo limpio, sin los muñecos. Y de nuevo el avión, y los
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RAÚL GONZÁLEZ DE CASCORRO
disparos, atormentándola, haciéndola gritar con el terror brincándole en todo el cuerpo. Aquella madrugada habían sentido en su casa los primeros disparos. E l padre estaba ausente. Hacía guardia en la playa y fue de los primeros sorprendidos al aparecer los invasores. Ella recordaba que la madre se había tirado de la cama y las había reunido, tem. blando. Por la m a ñ a n a llegó u n vecino y les dijo que no salieran, que se metieran debajo de la mesa y pu. sieran colchonetas encima. Y que mordieran u n palo o u n trozo de madera, cada vez que sintieran los aviones. Así lo hicieron. Hasta q u e la metralla abrió el hueco en el techo y el h u m o las empezó a ahogar. Salieron corriendo, sin tiempo para coger la muñeca, y desde afuera vieron las llamas, devorándolo todo, F u e entonces cuando empezaron a correr por la carretera y cuando las vieron desde el avión, disparándoles. Ya el sol estaba fuera y empezaba a calentar. La niña estuvo u n rato moviendo el cuerpo de la hermana. Pensó que algo raro había pasado y volvió j u n t o a la madre. Pero le dio miedo tanta sangre sobre el asfalto. Otro avión daba vueltas. Y otra vez el terror y la huida, ahora sola, por la carretera. Había andado u n trecho propio de sus pasos cortos, cuando los tres hombres se aparecieron y la interrogaron. —vi Qué haces p o r ' a q u í ? -—Busco a m i papá. — ¿ D ó n d e está t ú padre? — N o sé. — ¿ Y cómo andas sola? — Y o salí con m i m a m á y mi hermanita. Y pasó u n avión grande y nos disparó y yo creo que están muertas...
GENTE DE PLAYA GIRÓN
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Los tres hombres se miraron y no dijeron nada de momento. La niña les miró las caras y aquellos trajes raros que ella nunca había visto antes. . ¿Qué hacemos? —preguntó al fin uno. —Yo no sé. Es un estorbo —volvió a hablar el que había hecho la pregunta. Me parece que debíamos entregársela al Padre... . ¿Me van a llevar con mi papá? —interrumpió la niña con la carita por primera vez animada en muchas horas. .—No. Es un cura. —¿Un cura? —se asombró la niña. —Sí. ¿No has visto nunca a un cura? —No. Por aquí nunca ha estado ninguno. —¡Claro! Cómo iban a estarlo si los están echando de Cuba. —Oye, ¿tu padre es comunista? —¿Qué es eso? —¿No lo sabes? —Si tu padre es fidelista... —Sí. Nosotros aquí todos somos de Fidel. ¿Y ustedes? Los tres hombres la miraron seriamente, como s