E-Book Content
LA TRANSDISCIPLINARIEDAD COMO MITO MILENARISTA David Alvargonzález Rodríguez Universidad de Oviedo
RESUMEN En este artículo se argumenta cómo la idea de transdisciplinariedad, tal como la usan E. Morin, B. Nicolescu, y los promotores de la Carta de la transdisciplinariedad, puede considerarse un mito. El proyecto de unificación de conocimientos, disciplinas, religiones y creencias que proponen es una variedad de milenarismo pues describe una situación deseada por esos autores, situada en un futuro remoto que ellos conocen por ciencia infusa y al que nadie sabe cómo llegar. El artículo comienza con un repaso histórico de algunos de los proyectos más sobresalientes de unificación de las ciencias. Continúa haciendo un análisis crítico de la propuesta de transdisciplinariedad de Morin, Nicolescu, y de la Carta de la transdisciplinariedad. Se estudian, luego, algunas de las fuentes reales de la multidisciplinariedad y la interdisciplinariedad para mostrar su importancia y su necesidad, frente a la transdisciplinariedad que es la expresión de un puro deseo mítico, oscuro y confuso.
EL PROYECTO DE LA UNIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS El asunto de la integración de los diferentes conocimientos científicos viene siendo un tema de especulación filosófica desde el momento mismo en que empezó a hacerse evidente la multiplicidad de las ciencias modernas. En la Grecia clásica o en la Edad Media, cuando sólo existía la Geometría como ciencia (y cierta astronomía cinemática y geométrica), la filosofía y la ciencia formaban un bloque común, en el que el sistema filosófico tomado como referencia (aristotélico, neoplatónico, tomista, etc.) lo anegaba todo. En los siglos XVI y XVII, la aparición de la Física científica supuso la rotura de ese bloque común, y la progresiva distinción entre la ciencia y la filosofía (sin que esto signifique admitir que la ciencia surja de la filosofía, como pretenden, en general, las filosofías que conciben las ciencias como conjuntos de teorías). Pero, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, podemos hablar ya de varias ciencias en marcha: desde luego, la Física clásica y las Matemáticas, pero también una Química, una Geología y una Biología que estaban ya en un avanzado estado de constitución. Estas ciencias son relativamente autónomas unas de otras porque sus campos materiales, los campos donde se efectúan sus operaciones características, van cerrándose conforme se van desarrollando los principios y los teoremas. Así, por ejemplo, la Química clásica, con sus términos característicos (elementos, óxidos, ácidos, sales, bases, hidratos, etc.) y sus operaciones propias (calentar, enfriar, destilar, filtrar, decantar, centrifugar, etc.), va cerrando su campo en torno a unos principios (el principio de Lavoisier, el de Dalton, el de Proust, etc.) y a unos teoremas (acerca de la oxidación reducción, el intercambio de valencias, etc.). Este ámbito de la Química clásica es el que hoy podemos referir denotativamente, de un modo rápido, señalando la tabla periódica y los compuestos formados por sus elementos. Es necesario añadir, aunque sea de pasada, que este proceso de constitución de las nuevas ciencias no autoriza a decir que éstas sean el resultado de la aplicación en exclusiva de un método analítico. Las ciencias incluyen, tanto o más que procesos analíticos, los procesos sintéticos de articulación y composición de unos términos con otros, porque el proceder analítico no es más que un tramo abstracto, descontextualizado, de un proceso más general que siempre es sintético, compositivo. 1
En este contexto de constitución de las nuevas ciencias, A. Comte enunció su sistema, con la conocida tesis acerca de la positivización del saber y su clasificación estratificada de las ciencias y, años más tarde, aparecieron otras versiones del positivismo, como la de E. Haeckel con el monismo científico que unifica la religión y las